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A raíz de la lectura del libro «Amor Líquido» de Bauman, quiero presentarles una pequeña reflexión sobre la mala lectura o el mal lector. Antes que nada (o todo, que es lo mismo) me gustaría recomendar el mencionado libro de Bauman; es un análisis sagaz, irónico y conmovedor (debo decir que no estaba al borde de las lagrimas desde mi primera lectura de «Fenomenología del Espíritu» de Hegel, naturalmente por un motivo distinto 😅) sobre el amor, escrito en una prosa a momentos poética y constantemente profunda.

Volviendo al tema central, habría que recordar lo que dice Deleuze sobre Nietzsche: «Aquellos que leen a Nietzsche sin reírse y sin reírse mucho, sin reírse a menudo, y a veces a carcajadas, es como si no lo leyeran». No culpemos a los escritores y aceptemos nuestra responsabilidad como lectores. Nietzsche es uno de los peores autores leídos, muchos de sus lectores luego de leer «Asi Hablaba Zaratustra» se creen el superhombre, o andan aullando «Dios ha muerto» hacia el cielo raso y desnutrido.

La filosofía, así como todo, es un sistema de signos esquivos y complejos que moldean su propia historia, por lo que el acceso también resulta dificultoso si no se tiene incorporado un habitus que permitan desentrañar estos signos. Otro tanto sucede en la poesía, en donde al escapar de toda la lógica racionalizadora de occidente, ataca directamente a lo real (el sentimiento en sí), por lo mismo las mujeres siempre están más cerca de la poesía que de la maquinaria gris del mundo moderno.

En la narrativa este tema se vuelve espinoso. El papel de la ficción en los grandes escritores ha sido presentar verdades disfrazadas de mentiras, en los malos autores ocurre lo contrario: a través de múltiples axiomas, tratan de elevar a verdad frases que no revelan nada innovador ni trascendental; entre estos autores podemos mencionar a Coelho, Hesse, Isabel Allende y Kundera (salvo por «La broma») entre otros.

No culpemos a los escritores y aceptemos nuestra responsabilidad como lectores.

 

(La pintura de la entrada corresponde a: «Amarillo, rojo y azul» de Kandinsky, 1925)

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