Jorge Teillier (1935- 1996) Fue un poeta chileno. Nació en la ciudad de Lautaro un 24 de Junio de 1935, mismo año en que falleció Carlos Gardel, uno de sus músicos predilectos. Lautaro y el tango serán de gran importancia en su vida, el primero como una especie de fantasmagoría y el segundo en el tono melancólico de alguno de sus poemas. A los 18 años viajó a Santiago con la tarea de estudiar Historia en el Instituto Pedagógico. En Santiago, y a los 21 años publica su primer poemario: «Angeles y Gorriones», en él ya se ve de forma embrionaria su tono poético, y además lo acercó a los autores de la llamada generación de los 50 (Lihn, Arteche, Rubio, Uribe, Barquero, etc).

Su poesía, a través de la contemplación de lo cotidiano, invoca y evoca los árboles, la vida en provincia, la ternura, los animales y los trenes. Todo esto desde un respiro nostálgico. Fue el creador la llamada Poesía Lárica, en la cuál a través de un ética poética busca rescatar un espacio paradisiaco ligado a la infancia y la vida por fuera de la modernidad, una aldea en nuestro ser que rescate nuestra esencia creadora, amorosa y mítica.

Tuvo influencia de variados poetas, entre los cuales se pueden destacar algunos de los más presentes en sus versos: Rilke, Trakl, Esenin, Vilon y Holderlin. Además está presente sus lecturas de infancia y juventud en la prosa de Verne y Barrie.

Vivió sus últimos años en el Molino del Ingenio, cerca de la Ligua. Y en 1996, luego de resistir a una cirrosis hepática, fallece finalmente en la ciudad de Viña del Mar. Sus restos descansan en el cementerio de la Ligua.

Algunos de sus poemarios son:

  • Para ángeles y gorriones (1956)
  • El árbol de la memoria (1961)
  • Los trenes de la noche y otros poemas (1961)
  • Poemas del país de nunca jamás (1963)
  • Poemas secretos (1965)
  • Muertes y maravillas (1971)
  • Para un pueblo fantasma (1978)
  • La isla del tesoro (1982)
  • Cartas para reinas de otras primaveras (1985)

Decidí hacer este pequeño homenaje a Teillier porque me siento de alguna manera cercano a él y porque le tengo un cariño especial, ya que hubo un par de poemas suyos que me acompañaron el día que falleció una de las personas que más quise y admiré, mi abuela. Aún recuerdo esa fría mañana y los poemas de Teillier como un susurro de consuelo, una caricia a mis mejillas tristes de sollozo, saladas por el llanto. Así que sin más preámbulo, les dejo algunos de sus poemas en orden cronológico y por último un documental.

Jorge Teillier

Otoño secreto

Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.

1956


Sentados frente al fuego

Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda dónde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por la llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.

Sí, esta es la estación que descubrimos juntos.
-Yo llenaba esas manos de cerezas, esas
manos llenaban mi vaso de vino-.
Ella mira el fuego que envejece.

1956


El Aromo

El tiempo lo guardó en su memoria
para soñar con él, en las noches de invierno.

Los labios del tiempo despiertan,
y pronuncian, mojada de lluvia,
la primera palabra que recuerdan.

Y se enciende la llama del aromo
sin temor al viento, sin envidia del sol.

El aromo es el primer día de escuela,
es una boca manchada de cerezas,
una ola amarilla de donde nace la mañana,
un vaso de vino en la mesa de los pobres.

El aromo es un domingo en la plaza de provincias,
es lo que nace de la semilla
de un hueso de niño muerto,
la amistad de las ovejas y el molino
en los viejos calendarios
y la alegría de los brazos
que renacen cuando estrechan el cuerpo de quien aman.

1956


Cuando todos se vayan

a Eduardo Molina

Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.

Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.

1961


Despedida

…el caso no ofrece
ningún adorno para la diadema de las Musas.

Ezra Pound

Me despido de mi mano
que pudo mostrar el paso del rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.

Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco y de la tinta azul
de donde surgían los ríos perezosos,
cerdos en las calles, molinos vacíos.

Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.

Me despido de las Virtudes y de las Gracias del planeta:
Los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer se deshojan
de los bosques de casas de madera.

Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino,
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas que se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
-la sal y el agua
de mis días sin objeto –

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras -un poco de aire
movido por los labios- palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.

1961


Un desconocido silba en el boques

Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.

Se apaga en la ventana
la bujía que nos señalaba el camino.
No hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber donde ir
cuando un desconocido silba en el bosque.

Detrás de nuestros párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba en el bosque.

Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a un desconocido silbar en el bosque.

1963


En la secreta casa de la noche

Cuando ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche
a la hora en que los pescadores furtivos
reparan sus redes tras los matorrales,
aunque todas las estrellas cayeran
yo no tendría ningún deseo que pedirles.

Y no importa que el viento olvide mi nombre
y pase dando gritos burlones
como un campesino ebrio que vuelve de la feria,
porque ella y yo estamos ocultos
en la secreta casa de la noche.

Ella pasea por mi cuarto
como la sombra desnuda
de los manzanos en el muro,
y su cuerpo se enciende como un árbol de pascua
para una fiesta de ángeles perdidos.

El temporal del último tren
pasa remeciendo las casas de madera.
Las madres cierran todas las puertas
y los pescadores furtivos van a repletar sus redes
mientras ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche.

1963


Traten de despertar

Traten de despertar
y acompáñennos
campanas que han olvidado su sed de espacio,
arco iris en dónde quería vivir una niña,
tardes que pasábamos en el tejado de zinc
leyendo a Salgari y a Julio Verne,
tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río,
como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles del desvío del aserradero,
como el beso de la muchacha en la penumbra de la bodega triguera.
Acompáñennos,
rechinar de las mariposas de hierro,
veletas quejumbrosas,
cielo de la hora de la novena
tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo,
cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.

Acompáñennos
a nosotros que hemos visto el sol
transformarse en un girasol negro.
A nosotros que hemos sido convertidos
en hermanos de las máscaras muertas
y de las lámparas que nada iluminan
y sólo congregan sombras.
A nosotros
los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles,
donde vemos todo próximo amor
como una próxima derrota,
toda mañana como una carta que nunca abriremos.

Acompáñennos,
porque aunque los días de la ciudad
sean espejos que sólo pueden reflejar
nuestros rostros destruidos,
porque aunque confiamos nuestras palabras
a quienes decían amarnos
sin saber que sólo los niños y los gatos
podrían comprendernos,
sin saber que sólo los pájaros y los girasoles
no nos traicionarían nunca,
aún escuchamos el llamado de los rieles
que zumban en el medio día del verano en que abandonamos la aldea,
y en sueños nos reunimos para caminar
hacia el País de Nunca Jamás
por senderos retorcidos iluminados
sólo por las candelillas y los ojos encandilados de las liebres. 

1963


La Portadora

Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
el anuncio del viaje
a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
cuya cabellera, como la tuya, me sigue.
Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla, la rama de
canelo que los sueños agitan tras cada muerte que nos une,
pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
que terminará de pronunciarse
tras dispensarse una a otra
como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
que brilla para quienes nunca verán.

Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,
palabras que esconden palabras más grandes.
Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
«Toma mi mano. Piensa que estamos entre la multitud aturdida
y satisfecha ante las puertas infernales,
y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
aprisionamos amor en nuestras manos
y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto,
lo único nuestro».

1965


Para hablar con los muertos

Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan facilmente
como sus manos
reconocian el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.

Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un dia nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en un umbral.

1965


Poemas antes de ser poemas

1
Aún quedan en el barro
pequeñas huellas del queltehue
muerto esta mañana.


2
Una locomotora de hojalata
abandonada entre malezas.
Una araña teje en ella su red
y sólo atrapa una gota de rocío.

3
Mosca,
que sobrevives al verano,
al fin tengo alguien con quien hablar

4
Nieva,
y todos en la ciudad
quisieran cambiar de nombre.

5
Un gato vagabundo
instalado sobre el cerco
es más grande que el parque y la casa señorial
extendidos detrás suyo.

6
Nos dejan de herencia
la Bomba.
Pero ella caerá
sólo sobre nosotros.

7
Los perros rodean en el patio
al invitado triste de los domingos.
Sólo los gorriones lo saludan.

8
Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para no salir.

9
Bajo una misma lámpara
unos escriben poemas
otros falsifican moneda.

10
Temo no verte más
cuando la pompa de jabón
que impulsas por la ventana
se lleva reflejado tu rostro.

1971


El poeta de este mundo

a René Guy Cadou (1920-1951)

Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente,
reunías palabras que eran pedernales
de donde nace un fuego que no es olvidado.
René-Guy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero y el contrabandista,
vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
Allí eras profesor rural,
el peso del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
Te gustaba hablar con la gente de cara parecida a ollas de greda,
caminar descalzo,
ver jugar a las cartas en la taberna.
En la noche a la luz de un fuego de espino
abrías un libro mientras Helena cosía
(«Helena como una gota de rocío en tu vaso»).
Tenías un poeta preferido para cada estación:
en otoño era Verlaine, la primavera te traía todas las rosas de Ronsard,
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand Meaulnes
y la estación violenta
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de Alejandro Dumas.
Tú nunca estabas solo,
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno.
Y mientras tus amigos iban al Café,
a la Brasseire Lipp o al Deux Magots,
tú subías a tu cuarto
y te enfrentabas al Rostro radiante.

En la proa de tu barco
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
Tus palabras llegaban
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta
al fin del mundo.
Y los poemas se encendían como girasoles
nacidos de tu corazón profundo y secreto,
rescatados de la nostalgia,
la única realidad.

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada sino permite a los hombres acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir.
La poesía es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema
es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.
Pocos saben aquí lo que es un poema,
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
pocos saben lo que es un poeta
y cómo debe morir un poeta.
Tú moriste en un cuarto en donde se congregaba toda la primavera
mirando un cesto con manzanas.
He visto morir a un príncipe
dijo uno de tus amigos.

Y este Primero de Noviembre
cuando me rodean los muertos que siempre están conmigo
y pienso en tu serena y ruda fe
que se puede comprender
como a una pequeña iglesia azul de pueblo
donde hay un párroco que no pide sino compartir su pan.
Tú hablabas con tu Dios
como al pobre hijo de un carpintero,
pues sabías que también se crucifica todos los días a un poeta
(Jesús tenía treinta y tres años,
Jean Arthur también era Cristo
crucificado a los treinta y siete).
Pero a ti no te importaba que te escupieran la cara o te olvidaran
porque como tú lo decías, nadie puede impedir a un pájaro
que cante en la más alta cima,
y el poeta derribado
es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque.

1971


Daría todo el oro del mundo

Daría todo el oro del mundo
por sentir de nuevo en mi camisa
las frías monedas de la lluvia.

Por oír rodar el aro de alambre
en que un niño descalzo
lleva el sol a un puente.

Por ver aparecer
caballos y cometas
en los sitios vacíos de mi juventud.

Por oler otra vez
los buenos hijos de la harina
que oculta bajo su delantal la mesa.

Para gustar
la leche del alba
que va llenando los pozos olvidados.

Daría no sé cuánto
por descansar en la tierra
con las frías monedas de plata de la lluvia
cerrándome los ojos.

1971


Déspues de todo

Después de todo
nos volveremos a encontrar.
El verano tenderá sus manteles en el suelo
para que dispongamos nuestras provisiones
y tú seguirás bella
como la canción El Vino de Mediodía
que el loco tocaba en la leñera.

Después de todo
hay tantas y tantas tierras.
Yo no me impaciento.
tenemos todos los años del mundo para recorrerlas
hasta que de nuevo estemos juntos
y tú me contarás
que una vez me conociste
en un pequeño planeta que yo no recuerdo
un planeta llamado Tierra
y vas a hablarme
de casas visitadas por la luna;
billetes de apuesta a los hipódromos,
nuestras iniciales dibujadas con tiza blanca
en un muro en demolición.

Equivoquémonos todo lo que queramos.
La tierra del desamor no existe
ante el gesto tuyo de mostrar las magnolias
de una plaza de barrio,
tu cabeza en mi hombro,
la clara música nocturna de tu cuerpo.

Un gesto rehace todo:
cuando la casa se incendia
su vida sigue entera
en la hoja chamuscada de un cuaderno,
el alfil sobreviviente del ajedrez.

En otro lugar, lejos de esta tierra y de su tiempo
espero tu rostro
donde se reúnen todos los rostros que he amado,
y comenzaremos a ser otra vez los desconocidos
que hace años se miraban y miraban
sin atreverse a decir que iban a amarse.

1971


Carta a Mariana

¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
A quien hacerle estas preguntas.

Me escribes desde una ciudad que odias
A las nueve y media de la noche.
Cierto, yo estaba bebiendo,
Mientras tú oías Bach y pensabas volar.

No creí que iba a recordarte
Ni creí que te acordarías de mí.
¿Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.

Es cierto que haremos el amor
Y lo haremos como me gusta a mí:
Todo un día de persianas cerradas
Hasta que tu cuerpo reemplace al sol.

Acuérdate que mi signo es Cáncer,
Pequeña Acuario, sauce llorón.
Leeremos libros de astrología
Para inventar nuevas supersticiones.

Me escribes que tendremos una casa
Aunque yo he perdido tantas casas.
Aunque tú piensas tanto en volar
Y yo con los amigos tomo demasiado.

Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
Y estás con quien sabe qué malas compañías,
Mientras aquí hay tan pocas personas
A quien hacerles estas simples preguntas:

“Qué canción te gustaría oír,
Qué película te gustaría ver?
Y con quién te gustaría que soñáramos
Después de las nueve y media de la noche?”

1971


Botella al mar

Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.

1985



Espero les gustó, con mucho cariño para ustedes.

(Nostalgia de la tierra, Cátedra, 2013)

(La pintura de la entrada corresponde a «El poeta reclinado» 1915 de Marc Chagall)

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